La tecnología gana frente al petróleo; las industrias y corporaciones dedicadas a las materias primas y al sector primario están siendo superadas por las tecnológicas, ya que unas dependen de los precios, mientras que las otras de su trabajo e inversión.
El porcentaje de exportaciones de productos de alta tecnología con respecto al total de los productos manufacturados está creciendo a un buen ritmo en muchos países, al tiempo que se vislumbra una cuarta revolución industrial, la cual está compuesta por Internet de las cosas (IOT), robótica avanzada y colaborativa, Big Data y analítica avanzada, la nube, smart grids, impresión 3D, sistemas ciber físicos, logística flexible e inteligencia artificial.
Para impeler y armonizar esta incipiente industria 4.0, algunos gobiernos están desplegando y financiado programas como el Advanced Manufacturing Partnership (AMP) de Estados Unidos o el Zukunftsprojekt Industrie 4.0 de Alemania.
Todos los actores internacionales, sean los TICKS e incluso los MINT (México, Indonesia, Nigeria y Turquía), esperan acercarse a las grandes potencias tecnológicas, aquellos países que figuran en los primeros puestos en los rankings de I+D+i, como Estados Unidos, Japón, Alemania, Singapur, Suiza, Finlandia, Israel, Reino Unido, Suecia, Dinamarca o Países Bajos, en el apuntalamiento de un gran club centrado en la aceptación de la preponderancia de la tecnología en el desarrollo económico y, por consiguiente, en la aspiración a obtener protagonismo en los otros dos ámbitos esenciales del poder global: el militar y el cultural.
Para eso requieren elaborar una sofisticada capacidad de gestión del entramado reticular entre las ventajas competitivas de las empresas y las ventajas comparativas o las absolutas de sí mismos, profundizando en la educación dirigida al uso racional de las nuevas tecnologías y a la adaptación a un mercado laboral cambiante.
Del mismo modo, el camino de las actuales tecnópolis, además de su inconsciente pujanza, necesita una responsabilidad más empeñada en evitar elementos extremos que conduzcan a puertos distópicos como el del Fahrenheit 451 de Ray Bradbury o el del mundo feliz de Aldous Huxley, que en dirigir el rumbo hacia la utópica Nueva Atlántida de Francis Bacon.
La promoción tecnológica vuelve a los Estados en forma de progreso económico y técnico para cambiar paradigmas, tal como se ve en la potenciación de las comunicaciones, facilitando, a su vez, la obtención de instrumentos de su perfeccionamiento estructural, todo lo cual representa, probablemente, la paradoja de ser el principal propulsor del proyecto jurídico kantiano de una federación mundial, ya que la retroalimentación entre política y tecnología se expande mediante la mercantilización, pero recae en ciudadanos cada vez más autónomos e interconectados.
La decisión política es fundamental para el protagonismo de la ciencia y la tecnología y, al mismo tiempo, una mayor gobernanza global será posible en la medida que se consolide una “tecnONU”.
Augusto Manzanal Ciancaglini
(Politólogo)
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