La primera vez que vi Psicosis, en la tele, era un rapacín, atrevido sin duda. Entonces, los chavalines metíamos el hociquín en todo, incluso donde no nos llamaban. Lo cierto es que me causó una conmoción, de la que no sé si llegué a recuperarme, porque cada vez que la vuelvo a ver, me sigue impactando. Aún tengo clavada en el subconsciente a la “madre” de Norman Bates en aquella escena memorable, en el sótano de la casa de Bates. Creo que no me estalló el corazón de milagro. Qué barbaridad. ¿Cómo un guajín puede ver una peli así, pegado a la pantalla del televisor?
Puedes ver esta peli muchas veces, y aun así, continúa enganchándote. Magia cinematográfica. Maestría de Hitch. Puro cine. Una película muda en su cincuenta por ciento, según Truffaut, pues “contiene dos o tres rollos sin ningún diálogo”. Una vez más, el arte de contar con imágenes, eso sí, subrayadas con la explosiva banda sonora compuesta por Herrmann, que nos acuchilla las vísceras con sus sonidos. Psicosis o Psycho es una de mis preferidas. Y una obra maestra del genio, que logró meternos a todos el terror en el cuerpo con sus anormalidades: adulterio, robo, crímenes, psicosis.
Basada en un hecho real, en los crímenes cometidos por un psicópata de Wisconsin, convertidos en novela (vergonzosamente trucada, según Hitch), que a su vez el maestro del suspense y el miedo psicológico hizo suya, Psicosis nos adentra en un universo de locura, desdoblado, como el propio Norman Bates (que ya forma parte del imaginario colectivo), todo ello envuelto en una escenografía gótica (véase la siniestra casa, que por lo demás está inspirada en House by the Railroad, un cuadro de Edward Hopper). Como dato anecdótico, me apetece señalar que la atracción conocida como Phantom Manor en Disneyland París está construida según los diseños originales de la casa de Bates. Algo de lo que puedo dar fe, porque tuve la ocasión de comprobarlo in situ, en mi temporada de cast member al servicio de Mickey.
Una peli psicoanalítica (“el primer thriller psicoanalítico”), en la que el prota adolece de un fuerte complejo edípico, lo que a la larga lo convierte en un asesino psicópata. El doble, la doble personalidad, como gran tema del género del terror, y rasgo que define al ser humano de la posmodernidad, sobre todo de las sociedades supuestamente más desarrolladas (por ejemplo los Estados Unidos). Hitch nos presenta a un ser escindido (interpretado de un modo extraordinario por Tony Perkins) a través de cuya mirada curiosa y perversa también nos hace mirar a nosotros como espectadores, de modo que nos identifiquemos con él.
Se trata ésta de una película arriesgada para su época, transgresora (como lo es Vértigo), que rompe con todas las convenciones narrativas, entre otras el asesinato de la prota en la primera parte de la cinta, cuya famosa escena de la ducha resulta, con o sin música, un ejemplo a seguir en el arte del montaje. Sesenta y pico posiciones de cámara y una semana de rodaje para lograr esta poderosa escena, que dura aproximadamente unos tres minutos. El desagüe de la ducha se funde con el ojo (motivo recurrente en el cine de Hitch) que ya nada puede ver, aunque nos esté mirando. La escena es bestial, de una gran violencia. Ciertos planos están filmados al ralentí, “para evitar recoger en la imagen los senos”, aclara Hitch (aunque gran parte de la misma la hiciera una modelo desnuda, que dobló a Janet Leigh). “Los planos rodados al ralentí no fueron acelerados después, pues su inserción en el montaje da la impresión de velocidad normal”, asegura Hitch.
El personaje de Marion Crane (que interpreta la actriz Janet Leigh, nominada al Óscar como mejor actriz de reparto) también resulta transgresor, tanto en su sexualidad como en sus mañas, con un arranque erótico, aunque veamos a la intérprete cubierta con un sujetador, lo que quizá provoque morbo en el espectador-mirón-voyeur. “Sentía la necesidad de rodar la primera escena de esta manera, con Leigh en sujetador, porque el público cambia, evoluciona”, asegura el director.
Después de situarnos, con una panorámica, en la ciudad de Phoenix, Arizona, un viernes, once de diciembre, dos y cuarenta y tres p. m, el mago de la intriga nos cuela por la ventana en la habitación de un hotel. Dos amantes se dan cita un día caluroso en un hotel barato. La tentación del dinero fácil puede trastornar al personal. Y Marion se trastoca. El miedo a ser descubierta por el poli de gafas negras. La paranoia de la persecución. La huida. Los pensamientos de Marion, en voz en off, la angustian y atormentan como una pesadilla repetida en una noche lluviosa, como preámbulo de lo que ocurrirá. La aparición en escena de Perkins como un tipo amable y servicial, tras el que se oculta el lado monstruoso de la realidad: Jekill y Mister Hyde, un taxidermista al que le gusta disecar pájaros (lo que nos remite a su siguiente película). “Eres muy amable”, le dice Marion. Si es que uno no se puede fiar de las apariencias.
La voz desdoblada de la subconsciencia/inconsciencia: una madre inexistente (alucinada), la Señora Bates, que pide a gritos que su hijo, Norman, se aleje de la tentación. Trastorno psicótico de manual. No en vano, esta peli se ha empleado en algunas universidades para ilustrar este tipo de psicopatía.
A lo largo de la peli, Hitchcock hace que nos identifiquemos con varios personajes, primero con Marion, luego con Norman, a continuación con la hermana de Marion, Lila (interpretada por Vera Miles), incluso llegamos a identificarnos con el detective (recuérdese la secuencia de éste subiendo por las escaleras de la casa de Bates), mientras se nos es mostrado en un plano general picado y a continuación vemos un primer plano de su cara (lo que da lugar a un fuerte contraste, una colisión o choque entre planos, como quería el cineasta ruso Eisenstein, del que Hitch es deudor). Resulta impactante, asimismo, la caída de espaldas por la escalera del detective, algo que el director consiguió con trucajes, dilatando la acción, para que los espectadores nos recreemos en la escena. Hitch le cuenta a Truffaut cómo filmó esta secuencia: en primer lugar, rueda con la Dolly el descenso de la escalera sin el personaje. Luego, coloca al personaje en una silla especial (al que vemos sentado ante la pantalla de transparencia en la cual se proyectaba el descenso de la escalera). “Entonces, se movía la silla mientras que el detective no tiene más que hacer unos gestos batiendo el aire con los brazos”.
Psicosis, realizada con bajo presupuesto -apenas ochocientos mil dólares- y rodada con un equipo de televisión para acabarla con mayor rapidez (salvo la escena de la ducha y alguna más), resultó todo un éxito. Recaudó muchos millones de dólares, unos trece millones en pocos años. Como para que Hitch se retirara para siempre, aunque no lo hizo, porque fue él mismo quien la produjo. Por lo demás, es un referente y un clásico (aunque en su día fuera un film experimental) que sienta precedente en cuanto a la puesta en escena del sexo y la violencia. Ha influido definitivamente en muchas pelis posteriores. Incluso se han filmado hasta segundas, terceras y hasta cuartas partes.
Confiesa Hitch que Psicosis actuó sobre el público, creando una emoción de masas, y eso le satisfizo. Según él, el argumento le importa poco, los personajes le importan poco, lo que le importa es que la unión de los trozos del film, la fotografía (sorprendentemente en blanco y negro), la banda sonora (demoledora) y todo lo que es puramente técnico podían hacer gritar al público. Pues lo logró.
Cada vez que se me revela la calavera de la “Señora Bates”, me pongo a gritar o a temblar.
Podremos verla este viernes, a partir de las 20:15 h, en las salas del Benevivere.