A Manuel Cantalejo López -cuarenta y cuatro años y cabo marinero en la Compañía de Mar de Ceuta- lo único que le preocupaba -más aún que su profesión- era enseñarme farmacología, aprendida en cientos y cientos de folletos.
-Repite conmigo, Alonso, que, tú, en esto, eres novato: dehidroestrteptomicina, quinoxibenzol, dipirona, prometacina, fenilbutazona, sulfoguayacolato, benzamida, piramidón, estreptoenterol…
Y añadía:
-El estado de la salud de una persona se conoce por el pulso.
-Déjese de pulso, mi cabo, y hábleme del bacalao. –dije-
Y yo:
-Y el pulpo, mi cabo, ¿de cuántas maneras sabe usted prepararlo…?.
-De varias, Alonso, de varias, pero el pulpo es un bicho muy feo y es mejor que te hable de la merluza.
Sonreí para mis adentros: tenía que haberle dicho, en aquel momento, que la “merluza” es la que tiene usted, mi cabo y perdóneme, pero no dije nada, al fin y al cabo él era mi superior y yo un sencillo marinero, aprendiz de practicante.
-Te procuras -dijo Cantalejo- una fuente de barro porque, cocinadas en cazuela de barro, las comidas saben mejor y colocas, en ella, rodajas de limón y, sobre las rodajas de limón, rodajas de merluza fresca. Las sazonas con sal, pimienta y hojas de salvia que es una planta que tiene un fuerte olor aromático y sabor amargo y que abunda por aquí, en las laderas del monte Hacho . Riegas con aceite y metes la cazuela al horno durante media hora.
Me miró desde lo más profundo de sus ojos saltones y añadió.
– Es un plato para chuparse los dedos.
Aquel día Cantalejo -que me había pedido gasas, esparadrapo y alcohol yodado de la Farmacia Militar- me invitó a su casa, colgada sobre el mar, entre pitas y chumberas y me presentó a su familia.
-Alonso, -dijo- aquí, mi mujer y aquí mis hijos. Soy un cabo chusquero pero mi casa estará siempre abierta para ti ya que te comportas muy bien conmigo y como te comportas muy bien conmigo ya procuraré yo que no hagas ninguna imaginaria.
Después me llevó a una habitación húmeda en una de cuyas paredes había dos litografías: un retrato de don Julián Besteiro, que es gallego como yo, un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, media docena de sillas -alguna de ellas cojitranca- una mesa redonda con varias botellas de vino tinto y algún vaso de vidrio, sucio y una alacena.
Lo que ocurrió a continuación lo reservo para el próximo capítulo.
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