Yo nunca quise ser enterrado. Me estremecía la idea de una muerte aparente y un posterior despertar bajo tierra. Imaginar la descomposición de mi cuerpo, al que siempre he cuidado y alimentado con esmero, tampoco me resultaba agradable. Y pensar, asimismo, que, en un futuro más o menos distante, arqueólogos, antropólogos, o cualquier otra especie de profanadores de tumbas, pudieran entretenerse removiendo mis huesos y especulando sobre su condición, me incomodaba una barbaridad.
Pero ella aún no se imagina el gran error que ha cometido al no cumplir mi deseo. Aunque lo sabrá pronto: cualquier noche de éstas, cuando pase a visitarla.
Fermín López Costero
(La soledad del farero y otras historias fulgurantes. Ed. Leteo. León, 2009)
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