De coronavirus y bares, manganterismo, mediocridad, estupidocracia… y hasta magia

Tomás Vega Moralejo

Bueno, pues ya tenemos otra vez cerrados bares y demás… haciendo parecer de nuevo que éstos tuvieran la culpa de que se desmadren los contagios del dichoso coronavirus.            Tuve el impulso, con el cierre de noviembre, de escribir quejándome porque se use la hostelería como chivo expiatorio, pues es bien sabido que donde realmente está el grueso de los contagios es ni más ni menos que en las casas. Pero contuve el impulso, en parte por falta de tiempo y en parte porque hace unos meses me propuse a mí mismo no mandar las cosas que escribo para que puedan ser publicadas, y entonces me pareció que no tenía sentido escribir sobre eso en concreto ya que es un tema de actualidad, con fecha de caducidad, y ¿Para qué o quién lo iba a escribir entonces?
            Al fin y al cabo ya se quejaron las asociaciones de hostelería y otros, que son además quienes deben hacerlo, y yo seguramente no hubiera aportado una perspectiva distinta ni nada que no se hubiera dicho ya.
 
            Ahora sí se me ocurre algo* que no he oído, yo al menos:
            Sí, sin duda el lugar número uno para contagiarse de coronavirus es el hogar, ni más ni menos, donde nos relajamos con amigos o familiares pasando horas juntos sin mascarilla, sin ventilación porque hace frío y calentar la casa cuesta una pasta, y por supuesto sin ponernos cada poco a rociar de desinfectante mesa y sillas cual camarero.
 
            *Lo que pasa con la hostelería, compañeros, es que las autoridades algo tienen que hacer, por lo menos para que no se desborden los hospitales y muera gente, que se pudiera curar, solo porque ya no haya sitio para ésta… y por otro lado lo que las autoridades no pueden hacer es controlar eso que pasa en las casas, salvo que nos encierren como en marzo (y la economía ya no aguantaría más); pero sí pueden controlar el cierre de bares y otros lugares de reunión de gente, que son secundarios a los hogares como fuente de contagio, vale, pero son… y algo hay que hacer.
            Creo que se haría bien en centrar las quejas de la hostelería (y otros sectores de reunión) en que ayuden de forma que sus trabajadores puedan resistir económicamente, no quejarse pidiendo poder abrir cuando mandan cerrar, porque, por última vez: «algo hay que hacer», para que la sanidad no reviente.
 
            No, no me vengan con lo de que los metros están abarrotados. Eso tampoco se puede cerrar, tiene que ser así, porque no se puede pretender que la gente vaya andando al trabajo si el trabajo le queda lejos… y más como está Madrid ahora.
 
            Y no, no vengan con que ordenen no juntarse a más de equis personas o grupos de convivientes, porque de hecho ya lo mandan y da igual; no se puede poner a policías para controlar cada esquina, y solo faltaba que nos fueran a entrar en casa para contar cuánta gente estamos dentro y su procedencia.
 
            Definitivamente la responsabilidad individual falla.
            Y otra cosa de la que no estoy oyendo hablar, tal vez porque un medio serio de comunicación no pueda decir a las frescas un argumento que no se puede demostrar con pruebas, es algo que sin embargo es evidente: mucha gente, a medida que se acercaban las navidades y hasta que fueron pasando éstas, no dijo la verdad. Tenemos el reflejo en esos crecimientos «exponenciales» de infectados que están de actualidad.
            Desde luego, no es que el espíritu navideño impidiera a la gente ponerse enferma y que acabado éste se esté poniendo mala de golpe.
            Tampoco es casualidad que bajaran los contagios (mejor dicho, la detección de éstos) durante casi un mes desde antes de navidades, y suban como la espuma solo pasada ésta.
            La explicación es tan sencilla como que ya más de una semana antes de nochebuena, la gente dejó de llamar a los centros de salud con eso de tengo síntomas, necesito una prueba… porque sabían que si daban positivo se quedarían en cuarentena sin navidades, por tanto era más práctico pensar que aquella tos y demás era simple resfriado y seguir adelante con todo. Es el mismo procedimiento mental, aunque más moderado, que lleva algunos a negar el coronavirus o hasta el cambio climático: -Esto es incómodo para mí que soy el centro del universo, y hacer algo al respecto es un rollo; mejor lo niego y sigo haciendo lo que me sale de los cojones-.
 
            Les cuento, como ejemplo, que cierto centro de salud pasó de hacer unas cuarenta PCR diarias, a cuatro o seis desde días antes de Navidad hasta que se fueron los Reyes Magos y parecieran haber dejado regalos contaminados, ya que volvió a salir gente como setas pidiendo PCRs.
            Es decir, que en estas navidades no solo hubo quien se juntó más de lo recomendable, sino que además se juntó en algunos casos a sabiendas de estar con síntomas y de que pudiera estar propagando el virus.
 
            Una vez pasado el riesgo de quedarse sin fiestas porque ya pasaron éstas, la gente volvió a la responsabilidad y a llamar si tenía síntomas para hacer pruebas… y en eso estamos, en la otra fiesta, la del coronavirus.
 
 
            Esto me sirve de enlace para hablar brevemente de otra cosa sobre la que he pensado escribir más de una vez, y que no lo he hecho porque para explicarme bien me saldrían ejemplos que conozco de personas determinadas, y aunque no las nombrara iba a quedar mal.
            Me refiero a eso que llaman picaresca española, que a mí no me gusta llamar así porque eso suena hasta simpático y en realidad es la «jeta española» o, en fino pero igualmente malo: la irresponsabilidad española.
            No solo española, ya lo sé, pero ya conocen el tópico y de hecho es cierto que eso abunda en ciertos países como el nuestro, más que por ejemplo en el norte de Europa.
 
            A los centros de salud no solo llama gente con síntomas reales, sino que sigue llamando gente buscando sencillamente una baja… y el coronavirus y la forma de afrontarlo a esos efectos, es toda una oportunidad para algunos jetas.
            De atrás viene que hay un porcentaje, más elevado de la cuenta, en España de gente que tiene por ilusión en la vida: pasarse ésta mangándola y cobrando del Estado.
            (Esta afirmación es la típica con la que ya me saldrá algún ofendido, pero también la típica a la que es fácil contestar: -Si usted no hace eso, sencillamente no se ofenda, que será que me estoy refiriendo a otra gente-).
 
            La izquierda a menudo suspende en economía porque fomenta en cierto modo el «manganterismo», pues tratando de proteger a quien ha tenido mala suerte, da pie al vago a aprovecharse del sistema. Pero no estoy dando por buena con eso a la derecha, eh, que además también hay mucho derechón entre esos vagos, aunque estén contribuyendo a la ruina del país y traicionando así una de las máximas de la derecha que es el patriotismo. La derecha, decía, peca en el otro sentido: por no sostener al mangante, tiende a desproteger a quien ha tenido una mala racha en su vida (cosa que, por cierto, nos puede pasar a cualquiera).
 
 
            Y esto me sirve para enlazar con otro tema sobre el que también tuve el impulso de escribir, y es la polarización política y de opinión, que hace saltar chispas constantemente entre una población antaño mejor avenida. De esto no escribí porque afortunadamente de esto sí que se está hablando bastante… sobre todo después de que Trump dejara que el trumpismo se colara en el Capitolio.
 
            Esperemos que además de hablar mucho de ello, se esté tomando nota y se estén aplicando soluciones en la programación de redes sociales y demás… porque ahí está el meollo de la cuestión. Ahí está, efectivamente, el origen de esta feroz polarización que lleva a enfrentarse a unos con otros como no ocurría antes… antes de que todos estuviéramos tan conectados, influidos y hasta controlados por la tecnología.
 
            Según programadores de Facebook y demás, la polarización, aunque se puede usar con fines políticos, no es algo que fuera buscado intencionadamente al crear las redes sociales o buscadores. La idea era más sencilla: si una red social muestra cosas que le gustan al usuario, el usuario estará más a gusto con esa red social y pasará más tiempo en ella… y será más fácil mostrarle anuncios y que acabe comprando algo y, finalmente, que esa red social gane dinero que es de lo que trata en última instancia.
 
Si haces una búsqueda de, por ejemplo, un robot de cocina en Google, es fácil que luego si entras en Facebook, aunque es una empresa independiente de la anterior, te sugiera un grupo en el que se cocine con robot… o te coloque un anuncio de Thermomix. Al final esas aplicaciones gratuitas están interrelacionadas por mutua conveniencia, y precisamente son gratuitas porque el producto somos nosotros mismos, y con nuestra información y con nosotros van finalmente a ganar dinero.
            Entonces, decía, la red social o un buscador tiene una inteligencia artificial programada para ser capaz de mostrarnos cosas que nos gustan y son de nuestra corriente de pensamiento, en detrimento de las que no. Y eso, a priori inocente, hace que cuanto más nos interesemos por un tema, más publicaciones nos ponga delante sobre ese tema y acabe pareciéndonos que en Internet solo se habla de eso… y así, si por ejemplo nos llama un poco la derecha, la «inteligencia» artificial lo detectará por el uso que hacemos de Internet y nos mostrará publicaciones de derechas… y así nos irá introduciendo por un camino en que al final todo lo que veamos sea de derechas, cada vez más de derechas e incluso mentiras de derechas que acabaremos creyendo. No nos dejará ver ni siquiera publicaciones que nos sirvan para la crítica, con otros puntos de vista… y acabaremos convirtiéndonos a la extrema derecha. Es un poco lo que pasaba si solo leías ABC y La Razón (y ya hasta El Mundo), veías Intereconomía Televisión y escuchabas la COPE, pero a lo bestia ya que en las redes sociales además hay gente jaleándose una a otra.
Y lo mismo por la izquierda, eh, aunque de ese lado no hay tantos medios de comunicación para regalarse los oídos.
Así tenemos servida la polarización y con ella el enfrentamiento entre la gente.
 
O ponen solución y hacen a la inteligencia artificial de las redes sociales verdaderamente inteligente, o acabaremos en guerras civiles (el extremo de la polarización) o en una «estupidocracia» (tal vez la de Trump ya haya sido una, y se sabe que las redes sociales han tenido su influencia en generarla).
 
 
            Me salgo ahora por una rama de lo anteriormente expuesto, para hablar de la mediocridad, otra de las cosas sobre las que he pensado en escribir, pero que tampoco me he puesto a desarrollar porque también me saldrían ejemplos señaladores.
            A veces pienso que la mediocridad está de moda, o que es donde es más cómodo situarse para no tener problemas.
            Como decía, no me voy a poner a desarrollar el asunto, pero me refiero a que por ejemplo si estás en una empresa o administración y una serie de personas hacen su trabajo de forma mecánica, apática, ineficiente, … y llegas tú con ganas de hacer las cosas bien y destacas, te conviertes en una molestia para los demás, a los que dejarás en evidencia y/o harás que se tengan que espabilar y trabajar más. Y al final resulta que las personas buenas en algo, a veces tienen difícil hacer las cosas como de hecho debieran ser de por sí. Incluso, algunas de esas personas buenas acaban cediendo a la presión, desistiendo y acomodándose a ser unos mediocres…
            He conocido casos así: personas que consideran mejor no a quien hace las cosas mejor, sino a quien simplemente les hace esforzarse menos y por tanto les da menos ocupaciones a ellos personalmente… personas para las que quien hace las cosas bien no es una inspiración, sino una molestia.
            Es un problema para la sociedad en general, ya que con los mediocres no se evoluciona, pero éstos a veces se acaban imponiendo.
 
            (Me estoy preguntando ahora si decir estas cosas me traerá discusiones, ya que decir las cosas claras también hay a quien no le gusta…)
 
 
            Por acabar de forma más positiva, cambiaré de tema totalmente y terminaré con algo sobre lo que también había pensado en escribir todo un artículo, pero que tal vez no me diera para tanto en la práctica… y es una idea que me encendió la película «Onward» de Pixar. Es una película de las que menos me ha gustado de ese genial estudio cinematográfico, pero empieza con algo así como que los electrodomésticos han sido el sustituto de la magia antigua, al cambiar un bastón y unas palabras mágicas para lavar los platos, por algo un poco más laborioso que la magia fantástica pero también más asequible y que da menos fallos que aquella.
La película luego tiene una deriva que olvida totalmente esa idea, pero a mí me pareció interesante: los electrodomésticos son magia.
Y es que es cierto: la ciencia es la magia. Si a una persona decimonónica, y no digamos más atrás, le dicen que algún día habría aparatos que caben en la palma de la mano y que con una orden de voz nos mostrarían con imágenes cómo llegar a otra ciudad, diría sin duda que eso serían alucinaciones… y aún hoy nosotros, aunque ya no nos dejamos asombrar por nada, si pensamos en frío en cómo son posibles realmente cosas como ver en directo imágenes de algo que está sucediendo a miles de kilómetros… ¿No es eso magia?
¿Qué más magia nos traerá la ciencia en el futuro, además de sacarnos del p. coronavirus?
            “Soñemos».

Tomás Vega Moralejo

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