La conciencia asesina

Victor Corcoba

Mal negocio para una civilización permitir que se devalúe la vida. Se queman todos los abecedarios morales, también cualquier presencia humana de auxilio. Extender la conciencia asesina es lo peor de lo peor, la mayor ruina del hombre contra sí mismo. Toda persona tiene derecho al don de sentirse vivo, al don de sentirse libre, al don de sentirse único y necesario. La impunidad da rienda suelta a los criminales, que en lugar de sentirse culpables, se asienten protagonistas de grandes hazañas. Habría que poner algún tipo de freno a la difusión de la criminalidad. Si ante tales hechos, no alzamos la voz y no hablamos con hondura, si no actuamos en defensa de la vida y abogamos por los derechos humanos, ese espíritu maligno va a seguir desarrollándose por todos los espacios del mundo, ensanchándose e hinchándose de poderío globalizador. Hay que plantarse ante la crueldad y ante los que desagravian esa crueldad, la fuerza de los cobardes.

No es bueno para el mundo la utilización de las amputaciones y los latigazos como castigos, el uso de la lapidación y la horca como métodos de ejecución, las detenciones arbitrarias, las desapariciones forzadas, las violaciones y otras formas de violencia sexual, las restricciones a la libre circulación de las personas, a la libertad de pensamiento, opinión y religión. Para nada es humano permanecer pasivos ante la permisividad de la barbarie, que cada día lejos de suprimirse del planeta, es más cruel y bárbara. Hoy por hoy, por cada derecho promulgado se cometen miles de abusos, por cada voz que se alza libre, son muchas más las que continúan mordiéndose la lengua,  por cada mujer que alcanza el estatus de la igualdad, son muchas más las que sufren discriminación. Por desgracia, la conciencia acuchilladora sigue socavando la vida que a todos nos pertenece vivirla como nos plazca y es, esta permisividad asesina, la que genera más realidades crueles, más respuestas brutales, enarbolando la bandera de las bestias salvajes, en un universo creado por encima de todo, para ser vivido, no para ser acabado.

El mundo de la conciencia asesina no puede seguir amedrentando un planeta de vida. La cultura de paz, tolerancia, comprensión y no violencia, todavía sigue siendo el gran objetivo pendiente de llevar a buen término. Debemos empeñarnos en modificar las actitudes y crear conciencia pacifista. La violencia no puede socializarnos ni establecer grupos sociales por la fuerza. Podemos conseguirlo y hemos de propiciar ese cambio con urgencia, puesto que el comportamiento asesino no es algo innato, se adquiere, se aprende y se cultiva. No se puede tolerar que bandas criminales impongan el crimen como lenguaje. La emergencia educativa es vital. La didáctica de colaborar con las causas justas es lo más valioso. Cuando se debilita el respeto por el ser humano nadie queda a salvo y despunta, más pronto que tarde, la brutalidad. Es el fruto de  un espíritu de relajación de las normas sociales, incapaces de corregir las conductas desviadas y los comportamientos antisociales.

Para muchos ciudadanos vivir no es fácil, llega a ser un milagro para bastantes. Una buena parte de la juventud crece en ambientes sanguinarios, atemorizada y atrofiada por el miedo. No en vano, la calle está crecida de asesinos en serie, actuando de forma metódica, siguiendo unos patrones, alcanzando su propósito de pisotear la dignidad humana y el valor de la vida. También está rebosada la calle de asesinos a sueldo, de sicarios que trabajan en equipo, a los que no les mueve otro corazón que matar a cambio de un precio. Asimismo, por las calles de la vida cohabitan millares de asesinos a sangre fría, son tipos que suelen tener una doble vida: por el día viven como ciudadanos normales y por la noche actúan como depredadores. Además, por esas mismas calles del mundo, los asesinos en masa llegan a ser un enjambre dispuestos a exterminar la humanidad. Las calles tomadas por estas serpientes del dolor hay que fumigarlas, mejor hoy que mañana, y, de igual modo, a los responsables de que esta conciencia asesina diluvié por el planeta, que no está sólo en los que asesinan, sino también en los que no matan pero dejan matar, aportando armas para ello, avivando el odio como ambiente y la venganza como signo de buena vecindad.

Sin duda, la gran tragedia del mundo es la desvalorización del ser humano. Hay tantas conciencias asesinas que rigen pueblos, que el planeta rueda en el desespero de las gentes. En una esquina, están los que todo lo poseen que tienen un mundo que amedrentar. En la otra arista, están los desposeídos que tienen un mundo que vencer.  En la cúspide de los despropósitos: vencedores y vencidos en lucha permanente, sin conciencia, que es lo mismo que no tener corazón. Cuando se pierde el alma de la vida, los monstruos son los dueños del mundo. Por ello, hay que correr la voz de que la conciencia asesina no tendrá cabida en una sociedad en la que se interesan los unos por los otros. «Para una persona no violenta, todo el mundo es su familia»- como dijo Gandhi. Es cuestión de tomar conciencia, sabiendo que es la mejor guía que tenemos para caminar llenos de esperanza. Sin ilusión nada se mantiene.

Desde luego, la vida merece la pena sostenerla y sustentarla con la sorpresa de saber que soy el que soy y de saber que existo, no para dejarme asesinar por el colega de turno, sino para dejarme sorprender. Hasta dentro de mi puede haber otro hombre que está contra mí. Uno, efectivamente, puede asesinarse asimismo algo tan normal como la alegría de vivir y dar un mal ejemplo. Nadie está libre de que la conciencia asesina empiece por su boca, máxime cuando hemos perdido la autenticidad de ser lo que somos, de descubrirnos cómo somos, de denunciarnos y acusarnos a nosotros mismos. No olvidemos que la humanidad es el espejo de cada ser humano. Nuestra sociedad, en suma, suele ser bastante asesina en maneras y modos. El día que se empape del verdadero amor, todo será más humano y todo será menos cruel. No matemos el tiempo sin al menos haberlo intentado conquistar.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor

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