El cementerio de Praga (III)

El nombre de la rosa convirtió a Umberto Eco en un escritor apreciado por la crítica y estimado por el gran público, aunque, bien sabido es, que es el gran público quien levanta o hunde autores.

En El cementerio de Praga, libro del que ya hemos hablado y cuyo protagonista es un misógino impenitente, -el capitán Simonini- se inspira en los folletines de Dumas y de Eugenio Sue para dar fe de complots inexistentes, fomentar intrigas o difamar a las grandes figuras de la política europea.

Simonini es un caballero sin escrúpulos que trabaja al servicio del mejor postor. Si antes fue el gobierno italiano quien pagó por sus imposturas, luego llegaron los encargos de Francia y Prusia e inclusive de Hitler que acabará aprovechándose de sus malvados oficios.

Dice la contraportada del libro que, treinta años después de publicar El nombre de la rosa Eco vuelve para mostrarnos que en la literatura y en la vida nada es lo que parece y nadie es quien dice ser: todo es según convenga y acabará triunfando el rufián que desconfía de todos y siempre se mantiene alerta aunque no se mueve de esa mesa donde lo vimos al principio cuando quizás no sabíamos que Simonini y los hombres como él aún están aquí entre nosotros y han venido para quedarse.

En una página de esta novela hace decir Eco a su protagonista: ”Podría cocinarme algo aquí en casa. Trabajar algunas horas y luego preparar un buen plato. Eso me relaja. Por ejemplo, unas côtes de veau Foyot -chuletas de vaca a lo Foyot- .

La carne tiene que ser por lo menos de cuatro centímetros de grosor en cantidad apropiada para dos cebollas medianas; cincuenta gramos de miga de pan, setenta y cinco de queso gruyere rallado y cincuenta de mantequilla. Picamos la miga hasta convertirla en pan rallado y lo mezclamos con el queso. Pelamos y trituramos las cebollas y lo fundimos, a continuación, en un cazo pequeño, mientras, en otro, doramos la cebolla con el resto de la mantequilla y cubrimos el plato con la mitad de las cebollas. Salpimentamos la carne y la colocamos en el plato y añadimos el resto de la cebolla, a un lado y cubrimos todo con una primera capa de pan y queso intentando que la carne se pegue al fondo del plato. Vertemos luego la mantequilla fundida y la apretamos ligeramente con la mano. Después colocamos otra capa de miga hasta formar una especie cúpula, sin dejar de añadir mantequilla. Se empapa bien con vino blanco intentando que no sobrepase la mitad de la altura de la carne. La metemos al horno durante media hora, humedeciendo con vino y caldo y la acompañaremos con coliflor salteada.

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