Que la guerra interna del Partido Popular sea analizada -con amplitud y abundancia en los medios de comunicación- como una lucha fratricida y personalista -por no decir como un Juego de Tronos- por liderar la derecha, oculta la realidad. Destacar la ruidosa trama de espionaje o el escandaloso caso de corrupción confunde e impide ver en qué circunstancias ha tenido lugar este estallido, cuáles son los condiciones nacionales e internacionales de un conflicto que ha abierto en canal al Partido Popular, una de las dos fuerzas políticas sin las que no puede entenderse las últimas tres décadas de historia en nuestro país. Un partido que sigue siendo absolutamente clave en el dominio oligárquico-imperialista sobre España.
Y ahí está la clave. Las decisiones de los que realmente mandan en España, de los que realmente se imponen en la vida política nacional y sin los que no se puede comprender un terremoto de esas características, es decir: el hegemonismo norteamericano, de los centros de poder imperialistas, y de la oligarquía financiera española, en defensa de sus intereses.
Lo que los dueños del PP necesitan
En unos momentos de creciente inestabilidad en el plano internacional, con un conflicto de Ucrania a punto de estallar, el hegemonismo norteamericano necesita estabilidad en el panorama político español. Estabilidad para que su proyecto de saqueo sobre el 90% de la población siga avanzando, y para encuadrar a nuestro país en sus imperativos geoestratégicos. La clase dominante también necesita ir acallando el ruido político porque se juega las dos restantes reformas estructurales -aprobada por los pelos la laboral, queda la de las pensiones y la reforma fiscal- y la llegada de los tramos de los 140.000 millones cuyo grueso va a capitalizar la banca y el resto del Ibex35.
En España, a día de hoy, esa estabilidad la da un ejecutivo de Pedro Sánchez que está cumpliendo todos los límites y líneas rojas que le trazaron Washington, Bruselas y la oligarquía en la macrocumbre de la CEOE de junio de 2020. Frente a lo que dicen algunos en la izquierda -que, como Pablo Iglesias, comparan la situación actual con la de la República de Weimar, la que dio paso al ascenso del nazismo- ni a la línea que actualmente ocupa la Casa Blanca, ni a los centros de poder europeos, ni a los nódulos principales de la oligarquía, les interesa el ascenso de la ultraderecha. Y más cuando Vox se atreve ya a organizar convenciones internacionales de ultras, y algunas encuestas avisan de que el sorpasso al PP no está tan lejos.
No es el momento de Vox
Tampoco puede seguir desarrollándose una deriva en la derecha que confraterniza con los vicarios de Trump, que les deja espacio o que les ofrece oxígeno. Porque una línea abiertamente trumpista como la de Isabel Díaz Ayuso, o con veleidades como la de Casado, no pueden marcar el paso del principal partido de la oposición. Por más que la ultraderecha pueda serles útil como ariete de políticas de recortes agresivas y socialmente inaceptables, hoy los centros de poder han vetado que gobierne, o que participe en los gobiernos en España, la extrema derecha de Vox. Necesitan dejarlos marginados de la gobernabilidad. Tanto es así que se está dispuesto a quebrar, dividir, fraccionar, guillotinar y abrir en canal (controladamente) al principal partido de la oposición, desatando una guerra civil interna cuya primera víctima va a ser una línea que es incapaz de contener el avance de la ultraderecha, la de Casado.
Unas cuantas luces rojas se habían encendido en Bruselas, pero seguramente también en Washington. ¿Puede un partido atlantista como el PP -siempre dispuesto a seguir la batuta de la Casa Blanca- abrir la puerta a la cogobernanza con la franquicia de Trump en España cuando está Biden en el Despacho Oval? Mientras Biden y la OTAN usan el conflicto ucraniano para empujar a los países europeos a encuadrarse en el frente antirruso (y antichino), Putin acaba de reconocer la independencia de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, y de enviar tropas al Donbass, lo cual es ya una invasión de facto y coloca la tensión en un nivel prebélico.
En esta situación, el Gobierno de España se ha acercado más a EEUU que otros gobiernos europeos. Moncloa ha sido la primera en ofrecer a Biden buques en el Mar Negro y cazas en Bulgaria. Las bases aeronavales en nuestro país -Rota y Torrejón- y las tropas españolas en el Báltico son claves en una situación prebélica con Rusia.
¿Y después de la crisis?
El hegemonismo norteamericano, los centros de poder europeos y la oligarquía financiera española necesitan a un partido como el PP, a una «pata derecha» de su dominio, capaz de capitalizar todo el espectro sociológico de derecha y centro-derecha, y que sea capaz de ser una alternativa de gobierno llegado el momento. La dirección actual de Génova, encabezada por Pablo Casado, se ha mostrado incapaz de ser el PP que necesitan esas clases dominantes. Ha llegado el momento de sustituirla, ¿es posible que por una línea como la de Núñez Feijóo, que representa un PP centrista cuya clara hegemonía política ha cerrado la puerta a Vox en Galicia? Quizá sea pronto para afirmarlo. La batalla está abierta en canal. Pero conviene no perder las condiciones nacionales e internacionales que nos permiten guiarnos en este convulso y ruidoso momento político.
Eduardo Madroñal Pedraza