La reciente visita del presidente de la República Popular China a nuestro país plantea algunas preguntas nada fáciles de responder. Aunque el viaje tenía como principal objetivo asistir a la reunión del G-20 en Argentina para encontrarse cara a cara con Trump en Buenos Aires y calibrar si hay posibilidades de apaciguar la guerra comercial abierta con los Estados Unidos, la circunstancia de que la primera de las tres paradas previstas fuera España, en el viaje de ida, y Panamá y Portugal, en el viaje de regreso, resulta un tanto enigmática y plantea unas cuantas incógnitas sobre las que vale la pena reflexionar.
La mayoría de los comentaristas se han limitado a relatarnos los detalles más llamativos de la aparatosa recepción de Estado en el Palacio Real y la cena de gala con que los Reyes obsequiaron al todopoderoso presidente chino, a convencernos de la entusiasta defensa de la globalización y el multilateralismo que hizo Jinping en su discurso en el Congreso, o a comentar algunos de los acuerdos bilaterales firmados con especial referencia a la liberalización de las exportaciones de jamón ibérico con hueso. Cuando a modo de colofón Carmena, la alcaldesa de Madrid, siempre tan preocupada por los derechos humanos, le entregó sonriente las llaves de la ciudad, no pude evitar acordarme de Bienvenido Mr. Marshall, una de las mejores películas de Berlanga. A ninguno de sus variados interlocutores se les ocurrió aludir, siquiera fuera de pasada, al lado oscuro del gigante asiático, esto es, a la falta de libertades políticas, a las precarias condiciones laborales y ausencia de derechos de los trabajadores y a las nada infrecuentes deshonestas prácticas empresariales.
Al Canal pasando por España
Comencemos por la parte más obvia del viaje. Aunque Panamá es un país minúsculo, cuenta con una infraestructura gigantea que con sus 82 kilómetros constituye uno de los hitos de la ingeniería mundial y una pieza estratégica para el tráfico comercial interoceánico. Que un buque chino con 9.472 contenedores a bordo fuera el primero en cruzar el Canal tras su ampliación el 26 de junio de 2016, ayuda a entender el interés de Jinping en visitar el país centroamericano. A partir de ahora, barcos capaces de transportar hasta 14.000 contendores podrán atravesar el Canal y dirigirse desde el este de Asia a los puertos en la costa este de Estados Unidos (y viceversa) sin necesidad de pasar por la costa oeste. La nueva ruta alargará algo el tiempo que tardarán las mercancías en llegar a su destino pero reducirá sensiblemente el coste de transporte.
Más complicado resulta explicar que las otras dos paradas del viaje fueran España y Portugal, dos Estados miembros de la UE y de la Eurozona con los que China mantiene unos intercambios relativamente modestos. En el caso de España, las exportaciones del gigante asiático a nuestro país tan sólo suponen el 1,01% del total exportado en 2017, y nuestras exportaciones a China el 0,45% del total importado por China. A la vista de la relativamente modesta magnitud de las relaciones comerciales entre ambos países, se puede afirmar que ni siquiera un aumento muy sustancial del comercio bilateral tendría un impacto significativo en la economía china. En el caso de Portugal, cuyo PIB equivale al 18,4% del de España, el impacto resultaría incluso menor. Y aunque los efectos de la intensificación del comercio serían algo más significativos para España, resulta difícil de creer que el objetivo de la visita de Jinping fuera propiciar nuestras exportaciones y ayudarnos a recortar nuestro déficit comercial con China: 19.367 millones en 2017, una cifra que supone casi el 70% del déficit comercial de España.
No resulta nada fácil adivinar las intenciones de Jingping al visitar España y Portugal, cuando podría perfectamente haber elegido otros destinos incluso dentro de la UE y la Euro zona. Una posible explicación al enigma de la visita pudiera residir en la receptiva actitud de los gobiernos de España y Portugal, ansiosos de captar inversiones para convertirse en una plataforma logística china dentro de la UE y dejar atrás unos años económicamente muy duros. Por otra parte, una de las principales preocupaciones de los líderes chinos en estos momentos es, sin ningún género de dudas, reforzar las relaciones con países de la UE para afianzar su posición comercial a medio plazo en el mercado que, tras la decisión de Trump de imponer aranceles sustanciales de entre el 10 y el 25 por ciento a 250.000 millones de dólares de importaciones chinas, se configura como su cliente más importante. En este momento, lo último que desean los líderes chinos es que los países europeos con un elevado déficit comercial con China presionen a la UE para seguir los pasos de Estados Unidos. Están, por último, los estrechos lazos culturales y las intensas relaciones económicas que España y Portugal mantienen con Hispanoamérica y algunos estados africanos, un activo que China podría querer aprovechar para abrirse paso en nuevos mercados.
El modelo chino y el futuro de la UE
A la postre, el modelo de crecimiento chino que ha asombrado al mundo durante las tres últimas décadas se ha sustentado en el crecimiento exponencial de sus exportaciones, principalmente a Estados Unidos y a los países más desarrollados, un hecho que ha coincidido con el desmantelamiento de sectores industriales enteros en muchos de ellos, con el consiguiente aumento del déficit comercial, caídas del empleo y menor crecimiento de los salarios reales y elevaciones de las tasas de paro. No hace falta insistir mucho en que los beneficios de la globalización y la liberalización del comercio no han sido simétricos, y aunque los dirigentes chinos defiendan hoy el multilateralismo, como hizo Jinping en el Congreso de España, lo cierto es que sus políticas de tipo de cambio, las condiciones laborales y la falta de respeto a la propiedad intelectual bien podrían calificarse como competencia desleal.
Pese a los esfuerzos realizados desde el Tratado de Maastricht (1992) para mejorar la integración y la gobernanza, la UE continúa siendo una colección de Estados confederados con intereses dispares cuyos principales líderes, con dosis variables de cinismo e ingenuidad, defienden con Jiping la globalización, el libre comercio y la inmigración indiscriminada, sin que al parecer ninguno advierta las graves consecuencias que puede acarrear a sus ciudadanos a medio plazo, tanto en el terreno estrictamente económico como en el político y cultural. En contraste, el gobierno Federal de los Estados Unidos cuenta con organismos de prospectiva y servicios de inteligencia a los que destina grandes cantidades de recursos con el único propósito de detectar las amenazas que pueden erosionar su preeminencia en sectores tecnológicos, industriales y agrarios, y debilitar su capacidad para hacer frente a conflictos internacionales de baja o alta intensidad. En otras palabras, los líderes de la UE deberían estar algo más preocupados por la enorme concentración de la producción en China y diseñar una estrategia conjunta para hacer frente al creciente poderío militar de un país regido por una dictadura comunista donde los derechos laborales y políticos y las buenas prácticas empresariales brillan por su ausencia.
José Clemente Polo
Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico
Universidad Autónoma de Barcelona