Eloy Gundín

 

Grandeza de espíritu

En el constante bucear en la aventura humana me he encontrado a lo largo de mi existencia con hombres y mujeres que han provocado en mí una especial admiración. Eloy Gundín es uno de esos hombres. He descubierto en él las particularidades del ser que no ceja jamás en el empeño por superar las adversidades que se le han presentado, se le presentan y han de presentársele en la vida; en todos los aspectos, físicos y emocionales. Gundín se ha curtido en la disciplina necesaria para Andar por las Montañas y ha sucumbido como nadie a la fascinación, desde el respeto, de subirse a su cumbre. Esa filosofía existencial ha forjado en el rostro de Gundín la expresión de un buen hombre, que sigue haciéndose hombre en la lucha con los obstáculos. Inaccesible al desaliento, su lucha comenzó muy joven, cuando supo que debía enfrentarse a lo que dificultaba oprimiéndole su condición primigenia, la más esencial: su circunstancia de hombre libre. Así comenzó su oposición ante la falta de libertad que venía impuesta por el régimen autoritario y represor de un caudillo déspota e inmisericorde que había dejado una luctuosa marca en su familia con el asesinato de su abuelo, quien fuera el último alcalde republicano de Castropodame. Y Eloy entendió que cuando el mayor obstáculo que se alza ante uno es la falta de independencia, la lucha adquiere una extraordinaria dignidad y un absoluto reconocimiento interno de su condición de ser humano. Y cuando el empeño y la dedicación a superar ese obstáculo se hicieron absolutos, confirieron a Eloy la enorme grandeza de espíritu que posee. Pero, ¡qué dura es la lucha cuando se realiza envuelta en incomprensión!, incluso la incomprensión de aquellos mismos a los que quieres devolver la libertad que a ti mismo se te niega. La vida es difícil, agotadora. Vida, al fin y al cabo, que tenemos el derecho y sobre todo la obligación de vivirla; aunque a veces duela. Y de dolor, Eloy, lo sabe todo. Del dolor del cuerpo y del alma. Sabe que cuando llega hay que hacerle frente, crecerse, armarse de valor y, como los toreros, recibirlo a puerta gayola, pero sin esperar el aplauso y el reconocimiento del respetable, porque Eloy no es de los que torean mirando al tendido en busca del aplauso por sus acciones. No. Eloy torea, lucha, pelea desde la soledad de su interior que ha labrado desde el amor a la naturaleza y al universo humano, aprendido desde el respeto y la entrega a los demás. Esa lucha es la que ennoblece a Eloy Gundín y la que le hace alcanzar las cumbres más altas desde donde asomarse a contemplar la hermosura de la vida

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