Fermín López Costero

Palabra de las noches todas

Qué falto estoy de tu palabra, querido amigo, crujir del alma en la aurora. Esa con la que hablaste a los vientos, a Pereira, a Mestre, a Gamoneda, a la sal de los olvidos, a las horas que perviven, al corazón y sus latidos. Me falta tu palabra, hermano en ella, falto estoy de su esencia, sin poder tenerla, la sangre coagulándose en la espera, ciego de la gracia de los sentidos, marcado por su huella. Abierta está la puerta de mi casa, abiertas las ventanas, abierto el ánimo que sostiene el edificio que soñó con ser nido, cobijo de horizontes y precipicios, para albergar tu voz, querido amigo. Háblame, hermano, con el ritmo de tus sueños, desde la médula del tiempo, desde la mezcla de la sangre, desde el crisol del suspiro, desde las piedras y tus almenas. Dame luz, la fuerza que te ampara y esa vital delicia que se aferra a tu mano para plasmar leyendas. Dime de enigmas, del vértigo que apura tu fatiga, del vino que acobarda tus pudores, del fuego donde crujan tus huesos y los míos. ¡Ah, Fermín, querido! Qué mercenario fusil es la palabra, qué atroz felicidad, qué monstruo de satén y largas uñas, que desoye la hora del que sufre y absorta se queda en los delirios del que huye. Palabra de las noches todas, cansada, angustiada, alegre, despavorida, humilde, de nostalgias de nada, de sentido común, de rebeldía. Desdén de palabra, cruel y acongojada, abandonada, lacrimosa, otra vez abandonada, agónica, herencia irrenunciable y dolorosa, llorada, porque sufrimiento es la palabra. Palabra vida y viva. Espero, Fermín, respirando los nogales y los castaños de esta tarde herida de muerte. Me duele ese sangrante deseo de escucharte, de leerte. No tardes, amigo, se te espera, en este vals de sueños, mientras llega la oscuridad, bajo el dorado aguacero. Ven, caminando sobre tus palabras, recorre los mismos caminos, transita las mismas calles, la misma isla, una y otra vez, si fuera necesario, habla con los pájaros, con los mendigos, con las quimeras, sube a las mismas nubes, busca la palabra dicha, y la callada. Habla. No abandones la pasión, no renuncies a la tortura de parir pinturas y sigue atado a la sonrisa y al llanto, al delirio y a la locura y camina sobre lo hablado, en ese lugar donde ni tú ni yo nos consolamos. No te canses de escribir, de anunciar lo imaginado, cuando las lágrimas se desvisten en la madrugada. No te canses de escribir la soledad que envuelve el silencio del fondo del agujero. No te canses de escribir del regreso del viento, cuando la luna se oculta y la noche muere. No te canses, compañero, de escribir tantas letras afloradas en la nostalgia del tiempo.

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